¿Alguna vez os habéis encontrado por la calle con alguien en que habíais pensado recientemente? o ¿Habéis llamado a una amiga que hace tiempo que no veis y os ha dicho “justo ayer pensé que tendríamos que quedar”?. Muchas personas han tenido experiencias de este estilo y pensando que “¡Qué casualidad!”.

Según el psiquiatra suizo Carl Jung no existe la casualidad sino la “sincronicidad”. Y la define como “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal” . Para Jung existía una conexión entre el individuo y el entorno que ejerce una atracción que acaba creando sucesos coincidentes, siendo las personas que lo viven las que le dan un valor específico o un significado simbólico.. La sincronicidad muestra en un contexto físico la solución a una idea o solución que la persona tiene en su mente, siendo de esta forma mucho más fácil de encontrar.

El hecho de creer que “no existe la casualidad” permitió que dos personas que hace tiempo no se veían tuviesen un encuentro inesperado y cerraran su relación.

Porque no existe la casualidad…

 

Un día un hombre telefoneó a nuestro centro pidiendo visita para su hija. Tenía 20 años y había tenido un ingreso en Sant Pablo por una sobreingesta…

…Se le dió visita con una de las psicólogas y con el psiquiatra…

…Y tras las primeras visitas, comenzaron a hacer psicoterapia. Una desde la posición de terapeuta y desde la humildad de saber psicología pero de tener que aprender mucho de su paciente. Y la otra desde la posición de paciente que se siente confusa con lo que le sucede y obligada pero libre de meterse en una relación no elegida…

…Fueron compartiendo momentos duros como casi siempre en una psicoterapia. Ambas se habían esforzado en la escucha, en comprenderse y expresarse…

…Se fueron recorriendo diferentes etapas terapéuticas a la vez que C.C., seguía con su vida (estudiaba su carrera, asistía a clases de ballet, salía con sus amigos, asistía a clases de canto y seguía en el «Guadiana» de su relación de pareja…)…

…Fue mejorando poco a poco y ambas estimaron que la terapia podía especiarse…

…C.C.comenzó una relación de pareja preciosa pero un día comenzó a desestabilizarse en esa relación tan importante para ella…

…Psicoterapeuta y paciente seguían trabajando, ahora con el objetivo de que C.C. resolviese sus conflictos de pareja de una forma menos dañina…

…El trabajo terapéutico parecía estancado. Una visita y otra volvían a empezar. Pero llegó un día que C.C. no volvió a pedir visita y la relación terapéutica se acabó de aquella manera en que ninguna de las dos se sentía ni orgullosa, ni satisfecha pero había acabado…

…La psicoterapeuta pensó «Quizá no la ayudé suficiente y por eso no ha venido más». Se quedó con un poso de incomodidad, pero esto era un trabajo y así se tenía que enfocar…

…La psicoterapeuta la recordaba e incluso había pensado conectar con ella pero lo había descartado porque ¿Qué sería de su vida? ¿Podría invadirla? y «Si no la había ayudado era normal que no hubiera vuelto»…

Y así, desde el último día que se vieron, pasaron cuatro años…

…Un día del mes de julio la psicoterapeuta paseaba cerca de la Illa y la sacó de su ensimismamiento una chica de 29 años que le dijo….¡Diana! ¿Cómo estás!…

Diana dijo «Ostras C. ¡Qué alegría verte! ¿Cómo estás? La de veces que he pensando en ti y no me he atrevido a llamarte”…

C dijo «Te he visto. Pasaba de largo, pero yo no creo en la casualidad y he pensado que tenía que saludarte»…

…C dijo «Yo también me he acordado de ti. A veces cuando he pasado delante del centro he pensado llamar y subir a saludarte, pero pensaba que no querrías verme con ese final que tuvimos». Y añadió «Me acuerdo de ti, veo las cosas que haces en las redes sociales. Me ayudaste tanto»…

…Diana se sintió agradecida y se lo expresó de forma genuina. Lo complejo de su trabajo hacía que a veces no se sintiera orgullosa…

…Estuvieron diez minutos intercambiando emociones y pensamientos de forma sincera y auténtica…

…Se dieron un fuerte abrazo y otro… Ambas sintieron que se había reparado esa «despedida a la francesa» y que la relación que ya no existía en la agenda seguían existiendo en aquel lugar donde las cosas perduran y alimentan el alma.

 

Era el dijous 17 d’agost sobre les 16.40…

Era el dijous 17 d’agost sobre les 16.40 quan vaig sortir de la feina com qualsevol altre dia. Aquell dia havia quedat a les 17.30, com que em sobrava temps fins haver d’agafar el metro vaig decidir anar entrant a les botigues del carrer Pelai per passar l’estona.

Va ser quan em disposava a sortir del Zara de Pelai quan va passar. Estava a pocs metres de la porta quan un grup de gent va entrar corrents presa del pànic. Aquí el temps es va congelar.

Els crits i les cares d’horror em van confirmar el que ja sabia que tard o d’hora passaria. El que no sabia és de què es tractava. Bomba? Algú armat? Molts pensaments van passar pel meu cap mentre automàticament les meves cames van començar a córrer cap al fons de la botiga per sortir d’allà. Només esperava que no fos una bomba.

D’aquells minuts només recordo algunes imatges i crits, molts crits. Recordo la gent corrent en estampida i una mare apartant a la seva filla, gent llençant la roba que tenia a les mans i corrent cap al fons, un embús de gent cap a on hi ha els provador per intentar sortir per la porta d’emergència, una mare agafant molt fort el seu nadó… Plors, crits… i de cop vaig sentir una veu que deia: “ja està, ja ha acabat”. “Ja ha acabat”.

Què havia acabat? Allà dins ningú sabia què havia acabat. Vaig començar a caminar cap a la porta i em vaig adonar que les portes estaven tancades. Què acabava de passar a fora?

Al final vaig escoltar que l’home de seguretat deia que una furgoneta havia entrat per la Rambla i havia atropellat a molta gent.

Els crits, les cares de pànic, l’horror viscut, és algo que no em trauré mai de la ment.


Anaïs G Calleja