Cuando recibí a M no sabía exactamente el problema por el que había pedido una consulta. Cuando la fui a buscar a la sala de espera me encontré con una chica de unos 25 años, con el pelo rubio y corto, algo rizado, que iba vestida con una camiseta muy grande y un pantalón de chándal de color negro. Su aspecto general era cuidado, pero su mirada era triste.

Una vez en el despacho, sentadas una delante de la otra, le pregunté cómo la podía ayudar y empezó a contarme que la comida era su enemiga. Como es habitual en una entrevista psicológica, le pedí que me describiera una escena cotidiana y ella me explicó esto:

Puedo tener un atracón porque estoy triste, enfadada o por cualquier otra emoción que me sobrepase. Hace dos días me pasó. 

Me sentía aburrida y me apetecía comerme un helado. Lo hice y lo disfruté. Pero al minuto aparecieron la culpa y el miedo a engordar. Empecé a pensar que no debería de haberlo hecho y eso dio lugar a juicios como que no soy una persona constante, que no soy capaz de conseguir nada de lo que me propongo, que soy débil y que así nunca conseguiré mantener ninguna relación de pareja. Pensé en mi cuerpo que no me gusta y en que acabo cediendo a mis impulsos. Noté el pulso acelerado y dolor en el estómago.

Me sentí muy desgraciada y me dió la sensación de que ya no tenía nada de hambre. Este estado de ánimo me llevó a restringir durante los siguientes días, con lo cual me quedé sin fuerzas y no me vi capaz de ir a visitar a mi tía, tal como estaba previsto. Eso confirmó finalmente todos mis juicios. Y con esa “resaca emocional”, me vino a la cabeza: “Quizás si me como un helado me haga sentir mejor …”.

Así, encadenando emociones, pensamientos, sensaciones y acciones, se va repitiendo un proceso que a la larga podría conformar un trastorno de la alimentación.

La persona siente que su relación con la comida es dañina.  Si M además tiene una vulnerabilidad emocional y lleva a sus espaldas una historia más o menos larga de sufrimiento con sus emociones y con su cuerpo, tenemos dos problemáticas que se van alternando, se compensan o se empeoran, dependiendo del momento.

¿Qué le pasa a M?, ¿tiene dos trastornos?. En más ocasiones de las que nos gustaría se presentan a la vez el trastorno límite y el trastorno de la conducta alimentaria (comorbilidad).

Según los estudios científicos de referencia más recientes, hasta en el 53% de los casos convivirían ambos trastornos. Esto significa que muchos de los problemas característicos de estas dos patologías se solapan, como por ejemplo, una base común impulsiva, alta resistencia al cambio, problemas interpersonales, inestabilidad emocional como síntomas depresivos y ansiosos, entre otros.

De hecho, no son pocos los que afirman que las conductas alimentarias erráticas parecen ser un intento de regular las emociones en las personas con trastorno límite.

Los estudios también mencionan que con el tiempo es común la migración diagnóstica de bulimia o anorexia hacia un trastorno de alimentación no especificado. Afortunadamente los estudios sugieren que el TCA disminuye significativamente en el tiempo en personas con TLP.