Por Beatriz López

La tristeza que deja el suicidio es una experiencia diferente.

Hay dolores difíciles de explicar, y la tristeza que deja el suicidio de alguien cercano es uno de ellos. Es algo distinto a perder a alguien por otras causas. A lo largo de mi trabajo, he acompañado a personas que sienten que la vida es tan dura que prefieren dejarla atrás. Pero en enero, la vida me puso frente a esa tristeza de una forma personal, y quiero compartir contigo cómo lo viví y lo que observé en la familia de esa persona.

Sabía cómo la habían encontrado. Me imaginaba el vacío de no recibir respuesta a las llamadas, y cómo sus padres habrían corrido, con el corazón acelerado y temblando, hasta su apartamento. Seguro que iban rezando porque todo fuera un malentendido, deseando que simplemente hubiera un problema con el teléfono. Querían abrir la puerta y encontrarla diciendo: «Estoy bien, ¡no os preocupéis! Solo se me olvidó cargar el móvil.» Pero no fue así.

La realidad era otra. Entraron en casa, llamándola por su nombre. Se acercaron, la tocaron, intentaron moverla… pero no reaccionaba. En ese momento te enfrentas cara a cara con algo que no quieres aceptar: la muerte. Seguro que pensaron: «No puede ser… no puede ser…» La tocaron otra vez, la llamaron otra vez… pero nada. Su cuerpo estaba frío. Y ahí es cuando la realidad se impone y tu mente se queda en blanco. 

Yo no estuve allí, pero imaginaba esa soledad tan brutal que debieron sentir sus padres. Ese desconcierto de no saber qué hacer ni cómo procesar lo que acaba de pasar. Todas esas imágenes pesaban en mi mente y en mi corazón como una losa.

Mientras tanto, yo también tenía mil preguntas rondándome la cabeza: ¿por qué? ¿Qué pasó? ¿Había señales? Algunas tenían respuesta; otras no. Pero necesitaba hacerme esas preguntas para digerirlo todo, para empezar a aceptar lo ocurrido y hacer mi propio duelo. Y ahí estaba esa tristeza rara… una tristeza que intentaba sentir sin dejar que me desbordara. Me decía a mí misma: «Solo soy su psicóloga… ¿cómo debe estar su familia?» Sabía tanto sobre ella, pero al mismo tiempo sentía que no sabía nada realmente importante.

No quería hablar del tema con mis compañeras de trabajo, aunque sabía que me apoyarían si lo hacía. Simplemente no tenía ganas.

Con todo ese torbellino en mi cabeza fui a acompañar a su familia… y entonces pasó algo inesperado: resultó que no había sido un suicidio; había fallecido por causas naturales.

En ese momento sentí algo extraño: alivio. Y vi ese mismo alivio reflejado en sus padres. Fue como si nuestros  cuerpos se soltaran de golpe, como si nos quitaran un peso enorme del pecho. Respiramos  diferente, más profundo… algo dentro de todos cambió en ese instante.